No creo que la solución vaya a ser fácil ni rápida.
No hay choque de trenes, sí algunos despropósitos. Todos remendables.
Hay en España un sentimiento adverso hacia “lo catalán”, un desdén genérico: el hecho de ser distintos en cuanto a un carácter específico, de hablar una lengua propia distinta a la hegemónica, de mostrar una idiosincrasia abierta, moderna, emprendedora, muy cívica, muy autónoma, con un sentido crítico arraigado, junto con el hecho de ser, con mucho, la región más laica de España, ha provocado que todo lo “catalán” haya sido visto con desdén, y a veces con desprecio y odio, desde el resto de España.
Ha rodeado siempre a Catalunya un aire de comunidad rebelde, que como decía el general Espartero, “habría que bombardearla cada 50 años para mantenerla a raya”.
Sobrevuela en el imaginario español la idea recurrente de que Catalunya no ha acabado de ser conquistada del todo. Y eso que los estragos que Felipe V dejó en el espectro emocional y también urbanístico de Barcelona aún continúan.
Tampoco ayuda que Cataluña sea la comunidad que más ha hecho por acceder a su propia historia, investigarla minuciosamente, confrontarla, extraer su propio relato al margen del academicismo histórico español, retando así al severo tinte colonial que los sucesivos gobiernos centrales implantaron sobre las distintas periferias conquistadas.
El hecho de que los estudiantes de Cataluña puedan estudiar una rigurosa y extendida historia propia es algo que inquieta manifiestamente a los sectores herederos del denominado nacional-catolicismo, que ve en ello, con toda la razón del mundo, un factor de empoderamiento ciudadano y colectivo.
En ese sentido, cabría preguntarse en qué situación estarían otras regiones y comunidades, como Andalucía, si sus estudiantes pudieran tener un acceso amplio a su propia historia, no delimitado por la autoridad central.
Paradójicamente, desde ese sector ultra-conservador español, califican de adoctrinamiento educativo el hecho de que no se siga la historia reglada por el gobierno central a pies juntillas. Algunos autoras y autores, entre los que con humildad me incluyo, señalan esta espléndida paradoja como fruto de una inercia colonial que aún perdura y que sin duda continua pendiente de estudio riguroso y reconocimiento.
El hecho de que España no haya emprendido alguna de las llamadas “Comisiones de la Verdad”, (muy aplicadas en otros países europeos vecinos, como Francia, Inglaterra o Alemania), para ninguna de las épocas de su historia, es un factor que no deberíamos obviar en cualquier estudio sociológico o político que quisiéramos realizar.
España aún mantiene pendiente la confrontación de lo narrado en su historia oficial con lo narrado, sobre esos mismos hechos, desde otros centros de estudios internacionales, con los que, en algunos casos luctuosos y flagrantes, no coincide.
España ha de revisar su relato desde las fases iniciales de su preámbulo como estado, comenzando por la insidiosamente llamada “reconquista”, hasta la Guerra Civil y la represión franquista, pasando por el papel jugado en América y África, así como en las periferias ibéricas, y como no, sobre el asombrosamente silencioso reconocimiento de la intervención castellana, (luego española), en el comercio atlántico de esclavos. Todo ello pendiente de estudio, de revisión, y sin duda, de autocrítica institucional.
En este contexto, y en parte, explicado por él, resurge el conflicto político con Catalunya.
Sería interesante que desde ciertos sectores españoles, y también en general, se hiciera el intento de responder desde el rigor a una pregunta: ¿Qué es Cataluña?
Se ha tomado a la ligera una pregunta que entiendo como fundamental. Por algunas desafortunadas decisiones desde Moncloa, que incluso han amparado la violencia contra ciudadanos pacíficos, podemos entender sin equívoco que la respuesta es clara: una provincia de España; dentro de una cosmovisión en la que España es una unidad indisoluble ante toda circunstancia, y casi eterna, a tenor de algunas desafortunadas declaraciones muy alejadas del rigor y el conocimiento histórico que ampliaban su duración a dos mil años. (Parece increíble que alguien pueda afirmarlo).
Lo cual nos conduce a una pregunta aún más necesaria: ¿Qué es España?
Por y para ello remito la respuesta a un estudio decolonial pendiente que desde los propios estamentos españoles habrían de acometer sin duda y sin más suspenso.
Habría que tener en cuenta también que el estudio del pasado no puede recaer exclusivamente sobre el estatismo de la Historia, sino que ha de ser complementado y ampliado, nutrido y contextualizado por el dinamismo de la Sociología.
Se hace imprescidible, desde mi punto de vista, acometer con urgencia esta labor de estudio de iniciativa política. Es el camino necesario que España ha de transitar para desfacer entuertos. Los suyos propios.
Desde ahí sería muy interesante afrontar la mirada del conflicto con Catalunya.
En una órbita interna catalana, subyace un segundo conflicto que radica en la división, casi a partes iguales (basada en las últimas elecciones autonómicas) entre defensores de una emancipación política que implique la independencia como estado, y una segunda parte que preferiría pertenecer, bajo diversos formatos políticos (muchas opciones son las expuestas) a España.
Para discernir la voluntad de la sociedad catalana al respecto, el govern de la Generalitat ha realizado, al menos en 14 ocasiones, contactos y propuestas de diálogo con el Gobierno central para pactar algún formato de referéndum (con todas las condiciones abiertas para pactar). En todas ellas el Gobierno central actuó bloqueando todo diálogo e iniciativa, acompañando a estas con otras medidas políticas que han perjudicado enormemente la estabilidad entre ambos territorios.
El bloqueo central, ha desplegado en los últimos tiempos una mayor actitud autoritaria, llegando a ser censurada internacionalmente y tildada de franquista por algunos medios como Sky News o The Times.
Todas estas actuaciones, en aumento, han provocado que, ahora sí, la inmensa mayoría de la sociedad catalana se sienta convocada a defender sus instituciones sociales y democráticas, ante una sucesión de afrentas políticas, policiales y judiciales que empiezan a dejar bajo sospecha la correcta evocación de lo que denominamos y aceptamos como “estado de derecho”.
Lógicamente, el cese de afrentas, de cualquier naturaleza, hacia Catalunya, ha de ser inmediato, si lo que se quiere es solucionar este problema. Alguien desde el Gobierno central debería probar esta estrategia y acercar posturas para trabajar por un encuentro que todos, creo, deseamos.
Ese encuentro sólo llegará a través del diálogo y la conversación, y bajo una actitud generosa entre dos comunidades que, pase lo que pase, seguirán siendo vecinas.
Aunque no es un sistema perfecto, hemos encontrado y perfeccionado con el tiempo un modo sobre el que organizarnos políticamente y crear marcos de convivencia pacíficos, diversos e integradores. Llegados hasta aquí, necesitamos Democracia. Preocupa la oposición frontal que se está llevando a cabo sobre la realización de un referéndum pactado y consensuado entre todos, que además, ampara, como no puede ser de otra manera, la Declaración Universal de los Derechos Humanos dentro de los Pactos Internacionales de los Derechos Humanos.
Creo que todos y todas estamos convocados a aportar, desde nuestro campo, un clima de reconciliación y de amplio diálogo.
Jesús Armesto
Cineasta.
La identidad de los pueblos no puede suponer el alto precio de la libertad. Los nacionalismos intolerantes y supremacistas traen historias abominables como las de los años 30, 80 y otras en el pasado siglo XX, sólo centrándonos en nuestro continente. El revisionismo es saludable cuando todos cumplan las reglas del juego, la primera es el respeto al otro. El Gobierno Catalán lleva incumpliendo la ley treinta años con el consentimiento de Madrid y el padecimiento de más de la mitad de la sociedad catalana. Esto aclara un poco parte de tu reflexión. El debate es siempre saludable.